La vivienda y la pareja que la habita se parecen. Uno se ocupa de la marcha y del mantenimiento regular y cotidiano de la casa; uno/a cambia cueritos, lamparitas, veladores, lavandería, compras, y otros menesteres, y CADA TANTO hay que llamar a uno de aufera para que haga otros trabajos. El /la externo será igual, mejor o peor que uno, pero tiene la sola gran virtud de ser externo y no cotidiano.
En la pareja pasa igual: uno hace las cosas cotidianas y regulares, pero CADA TANTO hay que darle -o soportar- la entrada a un externo -amigo/a, amante, consejero/a, nuevo/a gurú, etc- que será igual, mejor o peor que uno, pero tiene la gran virtud (tal vez la única) de ser externo y no cotidiano.
¡Qué linda queda la casa!, ¿no?